PEDRO PERALES LARIOS
A veces, cuando no encontramos explicación lógica −o que nosotros no consideramos lógica, que no es lo mismo− a algo, intentamos rellenar el vacío simplificando o, lo que es peor, atajando por los vericuetos más difíciles o incluso disparatados por creerlos más sencillos y directos. Pero no siempre −por no decir casi nunca− acertamos. Es lo que ha debido suceder con el despropósito que viene afectando últimamente al topónimo de una de las muchas pedanías del término municipal de Cuevas del Almanzora, la conocida con la denominación de Muleria.
Me imagino (pues hay cosas que solo podemos imaginar) que alguien con cierto poder o libertad para decidir en algún estamento de nuestra administración, sin detenerse a pensar sobre el porqué y desde cuándo existe este topónimo para designar la conocida pedanía, ha debido considerar que es incorrecto. Llega a tal consideración probablemente sustentado en la certeza de que no existe en nuestro léxico patrimonial este sustantivo −como realmente sucede−, y piensa que el núcleo poblacional con él identificado no merece tener por nombre una palabra vacía de significado. En consecuencia, cree que debe subsanarse el error procediendo a realizar el pertinente cambio. Pero, temiendo probablemente que sería demasiado osado borrar de un plumazo la «errónea denominación» −precisamente por venir desde muchos años atrás y por sospechar que no sería aceptada por la ciudadanía al tratarse de algo que forma parte de su historia y de su idiosincrasia…−, pues no tiene otra ocurrencia más ingeniosa que arreglar el antiguo y anónimo «desafuero» adobando lo que para él es incorrecto topónimo con un determinante. Y para ello decide que sea el femenino «la» (ilustración 1), ni más ni menos porque «muleria» acaba en «a», arrogándose el intrépido «desfacedor de entuertos toponímicos» la potestad de concederle al término el género femenino, como si todas las palabras que terminan en «a» fueran poseedoras en exclusiva del mismo, con el consiguiente enfado de algunos poetos, atletos, taxistos o puristos en el uso de la lengua, sean señoras o caballeros.
Pero claro, caído en la cuenta de que el neonato sintagma «la muleria» está tan vacío de significado como el solitario término «muleria», decide como por ensalmo echar por el camino del medio y dejar zanjada definitivamente la cuestión con la adición de algo casi inapreciable a los ojos del rápido lector como una tilde. Y ¡zas, asunto resuelto!, pergeña el nuevo sintagma La Mulería (ilustración 2), al que nadie alegará argumento en contra, ya que ahora el nuevo sustantivo sí que resulta familiar al oído español, aunque solo sea por su similitud con otros como «frutería», «panadería», «ganadería», etc., lo cual no significa que sea admitido por el máximo órgano que «limpia, fija y da esplendor» a nuestra lengua, que tampoco lo recoge en su Diccionario.
En fin, ironías aparte, lo que acabo de explicar probablemente con un indebido exceso de ligereza no debe ser considerado como una hipótesis descabellada, pues en la senda de la toponimia que recorremos nos encontramos a veces de frente con transeúntes del más variado pelaje.
Estoy seguro de que vosotros y vosotras, quienes tenéis la gentileza de leer los textos que sin periodicidad establecida subo a esta red, tenéis la certeza de que la digresión que antecedente debe tener su explicación. Y, efectivamente, así lo creo yo. Los habitantes de esta comarca y muy especialmente los de la pedanía en cuestión y demás localidades cercanas siempre hemos pronunciado, oído y visto escrito este topónimo sin el determinante y sin la tilde, es decir, como Muleria, de ahí que nos resulte un tanto desagradable al oído y a la vista cualquiera de las otras dos formas mencionadas.
Pero vayamos a la explicación: la población de Muleria nace a raíz de la actividad minera en Sierra Almagrera a partir de 1838, como sucede también con Los Lobos, Los Perdigones, Los Pocos Bollos, etc. Hasta este momento ninguna de ellas existía, pero el nombre con el que se bautiza cada una después de su nacimiento tiene su explicación lógica, lo que ahora no viene al caso. En lo que respecta a Muleria sabemos que, cuando el núcleo de población aún no había empezado a formarse, lo que había junto al lugar que hoy ocupa era y es una rambla, conocida desde hacía muchos años con el nombre de Rambla de Muleria (y no «de La Muleria» ni «de La Mulería»), tal y como podemos apreciar en la fotografía del satélite (ilustración 3) o en el nombre de la rambla que aparece en el plano de las demarcaciones mineras de Almagrera (ilustración 4). Es la rambla, por tanto, la que presta su nombre a la población.
Pero ¿a qué debe su denominación la rambla? Según recoge Antonio María Martínez Navarro en su recopilación sobre la Historia de Cuevas del Almanzora, hay que remontarse hasta Ahmed ben Said Rahá , persona de confianza del rey Abderramán III «al Nasir», quien lo habría querido premiar por sus buenos servicios concediéndole en el año 956 la propiedad de una extensa y fértil huerta en la ribera de la que conocemos como rambla de Las Canalejas, concretamente en el tramo que discurre por la vertiente oeste de la Sierra de Almagrera.
Continúa explicando el compilador que el nombre con el que hoy conocemos este tramo de la rambla procede de uno de sus descendientes, el conocido como Muley Rahá, nacido en Granada en 1372 y formado en la culta Córdoba, a la que marchó a estudiar a la edad de 14 años. Vuelto a Granada a la muerte de su padre, se convirtió en persona de relevancia en la Corte, en la que fue testigo de constantes intrigas y guerras intestinas de las que no pudo mantenerse al margen. Por ello, se retiró a la rica y tranquila huerta que su familia continuaba poseyendo donde ya hemos indicado.
Pero hasta allí fue perseguido por las rivalidades y envidias de los nuevos mandatarios, y allí encontró la muerte junto a los cuatro servidores que lo acompañaban, pasando sus cabezas a estar expuestas en la fachada principal de su casa. La noticia de tan cruel y sangriento desenlace pronto fue de dominio público en toda la comarca, pasando a ser conocido el tramo de la rambla en que se produjo como el lugar del trágico fin de Muley Rahá, nombre que con el paso del tiempo fue evolucionando a Muleyraha, Muleyra, Muleria, con el que es conocida desde entonces esta parte de la rambla, y con el que fue bautizado el núcleo de población que se formó a partir del descubrimiento del filón Jaroso de Sierra Almagrera a finales de 1838.